miércoles, 25 de junio de 2014

EL AMULETO























Para quienes creemos que el lenguaje oral es un medio limitado de comunicación, para quienes no podemos evitar inventar historias de una experiencia aparentemente insulsa, para nosotros la literatura es un amuleto al que agarrarse cuando las cosas van mal, que es casi siempre.

Emilio Porta sabe que quienes escribimos como respiramos tenemos tendencia a perder el aliento, a soñar con fantasmas reales y a vivir con el agua al cuello. Por eso, quizá, se planteó un día reunir unas recomendaciones para suicidas en forma de ensayo. Pero sabiendo que a nadie le gusta que le digan lo que tiene que hacer, las disfrazó de novela.

El amuleto (Atlantis, 2013) narra la historia de Cimbalé, desde su llegada en patera a España hasta convertirse en un reconocido poeta y un prestigioso profesor de literatura. En el terreno sentimental, la huida del compromiso marca su existencia. Vive una relación abierta con Luna, jugadora de póker profesional. Una carta de Atocha Santos, su primer amor, revolucionará su mundo.

No puedo omitir en esta reseña los correos electrónicos que he intercambiado con Emilio, siempre cercano, siempre dispuesto a dialogar. Lo que me fascina de los suyos es que, de alguna manera, anticipan la fusión de géneros presente en El amuleto, una novela que se lee como un libro de poesía, de narrativa y de ensayo, todo a la vez.

En esa línea de mestizaje, hasta la narración misma avanza por medio de los diálogos de los personajes, los cuales, demasiadas veces, acaban convertidos en simples marionetas para reflejar ideas del autor en lugar de las suyas propias.

Tal vez abusa un poco del recurso, pero, sin duda, la novela se enriquece con la opinión del escritor sobre los más variados temas. La literatura le parece «un camino de conocimiento personal». Al profesor no lo ve «como instructor de credos, sino como impulsor de descubrimientos». Sobre Dios afirma: «Yo, a ese ente no lo conozco. Sólo me puedo encomendar y preguntar al misterio.»

Si además de leer El amuleto, uno se anima a ver alguna de las películas que propone Emilio Porta, este se puede convertir en un viaje inolvidable. Contribuiremos a eliminar barreras. No olvidemos que, en versos de Aute, «toda la vida es cine».



Otros libros de Netwriters reseñados en El Mirador han sido Historias de la puta crisis y Patchwork.

jueves, 19 de junio de 2014

RECOMENDACIONES VERANIEGAS

                                                                                        Estimadas familias,

Algunos alumnos han trabajado mucho y ahora toca… vacaciones. Consideramos importante que el niño se desprenda de la organización robótica que ha sufrido durante el año. El tiempo libre es realmente maravilloso.

Los tutores recomendamos para el verano las siguientes tareas para olvidar los contenidos machacados durante el curso:

Lengua:
-Leer un montón de cómics para partirse de risa.
-Escribirse los pies con historias sin pies ni cabeza.
-Inventar trucos para cascar a los hermanos sin que se quejen.
-Aprender canciones de Heavy Metal.

Matemáticas:
-Pedir dinero para chuches y regatear con la dueña del establecimiento.
-Resolver problemas como este: si pongo 19 petardos en una maceta y sólo encienden 5, ¿echará flores el resto?

Que griten, que corran, que se vuelvan locos… y que os den por saco a vosotros.

FELICES HOGUERAS 2014


Territorial Pissings by Nirvana on Grooveshark

miércoles, 11 de junio de 2014

EL SEÑOR (5)

                                                                                                  Un silencio como de iglesia me recibe tras un duro día de trabajo. Qué placer no tener hijos, aunque Tina no tardará en querer tenerlos. Ni rastro de ella, así que me derrumbo en el sofá a esperarla con una cerveza en la mano.
            
Madre mía, las once de la noche. Puede que Tina no haya querido despertarme. Me dirijo al dormitorio, con cierta inquietud, pero nadie ocupa la cama deshecha.  
            
Empiezo a buscar una nota en la cocina. Cuando Tina sale así, de repente, no suele descuidar esos detalles. Sin embargo, tampoco hallo ese alivio. Me abro otra cerveza, más por controlar los nervios que por deseo de beber, aunque la garganta se me ha quedado seca. Y entonces me fijo en algo que antes no he visto. Hay pedazos de loza en el suelo.
           
No me parece propio de una mujer dejar basura tirada en el piso de su apartamento, a no ser que la haya requerido alguna emergencia. A su amiga Nuria la considera casi una hermana.
            
Reviso el móvil por si tengo algún mensaje o llamada perdida. Me acojona encontrar uno de Paco, el marido de Nuria, precisamente porque él considera eso mariconadas. Dice que le llame en cuanto pueda.
            
Con la excitación, el móvil se me resbala de las manos y, al agacharme a recogerlo, descubro una mancha enorme en el sofá. La toco y la huelo como un detective. Parece café.
            
—Lo siento, Paco, Nuria no está aquí. Pensé que habría ocurrido alguna desgracia y que Tina…
            
—Deben de andar juntas, jugando al billar en algún garito, riéndose en nuestra cara —se desahoga Paco—. ¿Sabes que la muy zorra ha quemado la cena?
            
—Hazte un huevo frito.

miércoles, 4 de junio de 2014

MEMORIAS DEL LOBO GRIS (y II)




En el restaurante nos recibieron con un cóctel de bienvenida. Lo llaman así porque su sibilino propósito es que la gente no beba demasiado al acabar el ágape y se largue pronto. Hay que dejar claro desde el principio que esto no es una boda. Por fastidiar, tomé un zumo.
           
Pronto nos condujeron al salón donde, sin más demora, comenzamos a devorar los entremeses. Se nos antojaron años, pues un familiar que estaba a punto de llegar nunca llegaba. Al final, cuando el camarero descorchaba la segunda botella de vino, se dio orden de continuar el convite.
            
Entretanto, habían ido llegando los comensales de varias comuniones que se celebraban en el mismo salón que la nuestra, sin un biombo miserable que diera un poco de intimidad a nuestro acto. Pronto el griterío se volvió ensordecedor. Un despistado en alguna parte chilló el típico «que se besen los novios», y una víbora nos propuso una fotografía sin compromiso, como las que, hace años, te vendían en Tabarca. Muchos picamos.



            
Llegó el instante más esperado. Fiel a la costumbre, el restaurante hizo el paripé de cortar el pastel con una espada que luego nos obsequió. Anda tirada por la cocina. Como si fuera una estrella de cine, la mayoría inmortalizamos a Alfonso con nuestros móviles. Sin embargo, un chiquillo de otra comunión se coló en primera fila. No era un fantasma. Tenía cara de estar más aburrido que una ostra. Al percatarse, mi hijo lo echó con cajas destempladas. Después se largó con su amigo Samuel a jugar por ahí.
            
Creyendo que era el postre, hubo quien se llevó a la boca el jabón artesanal que le había regalado mi mujer. Fue el momento elegido por mi suegro, un amigo y yo para coronar la barra. Allí nos preguntaron si pertenecíamos al grupo de precio fijo o de copas sueltas. Qué mezquino me pareció. Contesté que a los segundos. Entonces, a regañadientes, un camarero preparó los cubatas. Creía que íbamos tan doblados que podría meternos una copa de ron Negrita. Pedí otra marca.


            
Los invitados empezaron a despedirse justo después de que estallaran las piñatas. Me había quedado con ganas de tomar otra copa, y un par de colegas me secundaron. Sin embargo, los camareros se afanaban en recoger nuestras mesas y los patriarcas ya habían pagado. Alguien dijo que no había problema, que nos servirían la última, pero debíamos guardar cola entre los invitados de otra comunión. Tuvimos la santa paciencia de esperar nuestro turno. Salimos a la calle a paladear los sorbos de vida que se escapaban a cada paso. Brindé por la alegría, vacié el vaso y seguí a la comitiva que se alejaba hacia los coches con la conciencia tranquila. Dejé a deber aquella ronda.

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