viernes, 29 de enero de 2016

PELUSILLAS EN EL INFORMACIÓN



















En la primavera de 2015, Noelia Planelles nos hizo una foto delante de la Casa del Tango de Alicante. Su puerta está siempre cerrada a cal y canto. Protege una casa museo de la mirada de curiosos y público en general. Me pregunto si no debería ser al revés. El mundo de la literatura es algo parecido. Parece mentira que todo el engranaje que rodea a un libro, desde editoriales hasta librerías, esté tan sumamente anquilosado y lleno de herrumbres. Parece mentira que sea tan difícil publicar y tan arrastrado escribir. Por eso, recibir un regalo en forma de RESEÑA hace tanta ilusión. Gracias, Pepe.

lunes, 25 de enero de 2016

COMA DE MÁS

















Una amiga publicaba el otro día en facebook un aforismo de PELUSILLAS EN EL OMBLIGO que le había encantado, y hubo un detalle que me llamó la atención. En el texto, aparece una coma que no está en la versión original ni en las galeradas. Por tanto, he informado a la editorial de la errata en el libro. Según la RAE, no es correcto escribir coma entre el sujeto y el verbo de una oración.


“El libro, el perro, el amigo, me salvaron de morir de soledad. Nunca les pregunté de dónde eran.”

miércoles, 13 de enero de 2016

PELUSILLAS EN VILLAVIEJA



El pasado 18 de diciembre fue la presentación oficial de PELUSILLAS EN EL OMBLIGO en Villavieja 6.

Aquel viernes por la tarde, salí de casa con tiempo de sobra. Me apetecía pasear un rato y la costumbre, supongo, me llevó a la biblioteca Azorín a través del paseo marítimo del Postiguet. Una vez en el edificio, estuve tentado de sacar algún libro.

Cuando llegué a Villavieja, Esther Planelles ya estaba allí. Charlaba con una amiga mía en la barra. El local es una mezcla muy apropiada entre La Casa de la Pradera y La Matanza de Texas.

Salí un instante a comprobar que alguien había escrito mal la hora en una pizarra y entonces apareció un taxi. Era Lidia López, la editora. Me pidió que sostuviera un bolso o algo así. Yo besaba al aire. Su acompañante, también editor, sacó varias bolsas de libros del maletero. Fuera de bromas, quiero agradecerles el esfuerzo de venir a la presentación. No todas las editoriales lo hacen.





Tras los besos de rigor, nos dispusimos a esperar dentro con una cerveza en la mano. Bueno, Esther con un agua. Incluso firmamos ejemplares para Laura Frost y una amiga de Canarias.

Pronto se dejaron caer algunas personas. Se notaba que eran las fechas previas a la Navidad y a unas elecciones generales. Casi sin proponérmelo, estuve charlando con todo el mundo.

Después de la presentación había un concierto de flamenco. Uno de los músicos se acercó a preguntarme si íbamos a terminar a tiempo. Le pedí unas palmas para animar el acto literario, pero la fusión no se produjo.

Una amiga del voluntariado confundió a Esther Planelles con mi mujer. Fueron unos segundos terriblemente cómicos. Supongo que la escasa iluminación del local tuvo mucho que ver.




Intuyendo que no iríamos por propia voluntad, Lidia López nos arrastró hasta el escenario. Pasaban bastantes minutos de la hora prevista.

En menos que canta un gallo, la editora leyó las barbaridades que habíamos escrito como biografía —ya podía haber avisado—. Luego tomé yo la palabra. Creo que se animó el cotarro cuando leí las extrañas respuestas de algunas editoriales a la publicación del libro. Mi compañera habló en último lugar. Aclaró, como buena profesora, el significado de la expresión «guardarse las manos en el culo».

Para rematar una noche distinta, dejamos que el público leyera unos cuantos microrrelatos. Lidia López se las había ingeniado para esconderlos en unas simples bolas de máquina expendedora. Mi hija sirvió de mano inocente. Con su calculada lentitud, se lo hizo pasar un poco mal a la gente.

«Nos hemos divertido mucho», dijo Esther Planelles en su discurso. No es una frase hecha. En mi opinión, ha merecido la pena todo el esfuerzo solo por arrancarle una sonrisa al tiempo.


miércoles, 6 de enero de 2016

SOLIDARIDAD
























—Buenos días —dije con la mejor de mis sonrisas—, ¿podría colaborar con el Banco de Alimentos?
—Lo siento —respondió sin detenerse—, no quiero lotería de Navidad.


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